Creo que fue a principios de la escuela secundaria, tendría yo catorce o quince años, que mi padre me introdujo a la Sinfonía Novena de Beethoven (mi padre, afán a la música clásica, cuando tendría yo nuevo o diez años de edad, en vez de ir a la escuela, nos llevó a mi hermano Arturo y a mí a un matiné de la opera, el Fausto de Gounod.) Me quedé maravillado escuchando la Novena.
Un tanto más tarde me asombró saber que Beethoven era sordo y jamás oyó su más grande obra ser tocada. En el estreno en Viena (otro dirigió la orquesta), dando la espalda al público, ni oyó el estruendo de aplausos y ‘bravos’ que llenó el teatro al final. La contralto principal lo hizo voltear para que él viera el grande entusiasmo que su sinfonía había causado. Y el público, dándose cuenta, siguió de pie aplaudiendo interminablemente.
Para mí no hay obra de música que llegue a esa altura. En 2021 en plena pandemia despedí al año viejo y le di la bienvenida al año nuevo escuchando la novena de Beethoven y compuse este verso. Lo mantengo.
Don del Sordo
escuchando la novena de Beethoven
No me puedo imaginar como
siendo sordo podría haber oído
el cantar de los ángeles
sino por el oído agudo del corazón.
No me lo explico. No oyó tocarse
lo que compuso pero nos lo dio
para escuchar. Tal vez si no la escuchamos
no podremos hacer nuestra revolución.
© Rafael Jesús González 2024
I cannot imagine how being deaf
he could have heard
the singing of the angels
but through the acute ear of the heart.
I cannot explain it. He did not hear played
what he composed but he gifted it us
to hear. Perhaps if we do not hear it
we cannot make our revolution.
© Rafael Jesús González 2024
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