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Memorial Day at Arlington National Cemetery
Celebrando el Día de la Conmemoración recordamos a los caídos en el campo de batalla — y también las, más que menos, razones necias y/o villanas por las guerras en que calleron. Mayor entre tales es la presente ilegal, inmoral e insostenible ocupación de los Estados Unidos en Irak. Lamentando aquellos que mueren en guerras perpetuas, ambos combatientes y civiles, comparto con ustedes algunos pensamientos de mi cuaderno de notas del verano de 2006 cuando estuve en Washington D.C. y visité el monumento a la guerra en Vietnam. Una vez más nos encontramos como nación en un guerra continua que desperdicia vidas y recursos.
Reflexiones sobre el Muro
El primer día en Washington D.C., en el calor de agosto, justo del Museo del Indio Americano, llevo mi camiseta con la imagen del apache Jerónimo y sus compañeros armados que lee, “Homeland Security, Luchando contra el Terrorismo desde 1492.” Camino por la alameda, el Mall, rodeo el obelisco del monumento a Washington, sigo la alberca, paso el templo griego de mármol blanco del monumento a Lincoln, al Muro de Vietnam — peregrinaje al monumento a “mi guerra,” mía no porque luché en ella, sino porque luché en oposición de ella — corazón, mente y alma.
Mi intención, un tipo de penitencia, como decir el rosario, es empezar de una punta a la otra y leer cada uno y todos los 58, 245 nombres, imaginándome un rostro, una edad, una historia, una vida. Sé que será difícil, pero no lo creo imposible (ni siquiera se alude ni a uno de los cinco millones de nombres de los vietnamitas muertos.) Empiezo con un nombre, John H. Anderson Jr. (PFC, 19 años de edad, muerto el 25 de mayo 1968, más tarde busco en la lista), luego varios, aumentando exponentemente. Se me hace más y más difícil enfocarme, las caras, las figuras de familias, amantes, turistas reflejados moviéndose contra el espejo del Muro de granito negro es una distracción, su parloteo, a veces su risa, una intrusión en mis meditaciones. A grado que el Muro se hace más largo, se eleva más y más alto hacia el centro, los nombres se amontonan uno sobre el otro, se amontonan alto y apretado, a veces difíciles de distinguir, no sé si por la cantidad, la altura, el relumbre del sol o las lágrimas que me llenan los ojos. Los nombres, las letras se borran, se corren una contra la otra.
Empiezo a pasar los nombres por en cima, dejar mi atención caer sobre un nombre u otro, un Smith, un Cohen, un Bankowski, un O’Mally, un Chan, indudablemente un González aquí y allá — toda cultura Europea y muchas otras representadas por un nombre. ¿Cómo llegaron a estar allí, que historia de necesidad, que mito o sueño suyo, o de algún antepasado reciente o lejano, los trajeron a ser “americano” y morir en una guerra sin sentido o razón?
Después de algún tiempo mi lectura se hace superficial, paro de vez en cuando, me arrodillo a levantar y leer una carta, una nota de testimonio — de amor, de recuerdo — depositada al pie del Muro por algún sobreviviente, esposa, novia, madre, padre, hijo, sobrino, sobrina, amigo. Una bandera aquí y allá, una flor (la mayoría artificiales, unas cuantas en botellas de refresco, marchitándose en el bochorno.)
La mente se me entume gradualmente, a veces casi halucinante, se desvía — imagina ver allí el nombre de un cobarde adinerado con conexiones políticas poderosas que ahora habita una casa blanca no lejos de aquí.
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Dicen que los muertos viven mientras sean recordados. ¿Cuántos de los nombres aquí grabados son aun recordados? Algunas personas, poniendo trozos de papel contra la piedra negra hacen borradores. La mayoría se apresuran, los muchachos impacientes a llegar al final, los nombres cincelados allí no lo suficiente interesantes para captarles la atención. Los nombres.
El año pasado, Xochipilli, mi grupo de hombres dedicado a la ceremonia, en colaboración con el ‘Proyecto Rostros de la Guerra’, montó una ofrenda a las víctimas de la guerra para la Celebración Comunitaria del Día de Muertos en el Museo de California en Oakland. La ofrenda se puso contra las paredes cubiertas de las fotografías y nombres de los soldados estadounidenses muertos en Irak, los nombres, sin fotografías, de los muertos Iraki. Los nombres, aun frescos, vivientes en la memoria reciente. Otra guerra, tan insensata, tan irredimible como la de Vietnam. Estoy cansado, la cara húmeda de sudor y llanto que no me preocupo de limpiar. Me miran los turistas, respetuosamente guardan la distancia, alejan la mirada. Sienten que esta, la de Vietnam, es mi guerra; no sé si mi camiseta les sugiera por que.
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Llego al otro extremo del Muro, Jessie Charles Alba (Sgt., 20 años de edad, muerto el 25 de mayo 1968, a mediados de la guerra.)
* ------*------ *Retrazando mis pasos a lo largo de la alberca, me siento obligado a subir los escalones del monumento a Lincoln desde los cuales Marian Anderson una vez cantó, desde los cuales Martin Luther King, Jr. habló de su sueño. Paro ante la figura colosal de Lincoln entronizado y leo sus palabras cinceladas en el mármol blanco a su derecha: “. . . un gobierno del pueblo, para el pueblo, del pueblo . . .” Esperanza pía devotamente anhelada.
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Washington D.C.; 15 de agosto 2006
© Rafael Jesús González 2009-
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