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El
12 de octubre es fiesta conocida en varias regiones y épocas por
muchos nombres: Día de Colón, Día del descubrimiento, Día de la
hispanidad, Día de las Américas, Día de la raza, Día de los pueblos
indígenas.
En México en 1928 a la insistencia del filósofo José Vasconcelos,
entonces Ministro de Educación, se le nombró Día de la Raza,
denominación de la Unión Ibero-Americana en 1913 para declarar una
nueva identidad formada del encuentro de los Españoles y los indígenas
de las Américas. En 1902 el poeta mexicano Amado Nervo
había escrito un poema en honor del Presidente Benito Juárez (indio
zapoteca) que recitó en la Cámara de Diputados, titulado La Raza de Bronce
alabando a la raza indígena, título que más tarde en 1919 el autor
boliviano Alcides Arquedas daría a su libro. El bronce (metal noble
fundido de varios metales) llegó a ser metáfora del mestizaje. Según
el pensar de Vasconcelos una Raza Cósmica, la raza del porvenir, es la
raza noble que se forma en las Américas a partir del 12 de octubre de
1492, la raza del mestizaje, un amalgama de las razas indígenas de
las Américas, de los Europeos, los Africanos, los Asiáticos, las razas
mundiales — en una palabra, la raza humana compuesta de una mezcla de
todas las razas que Vasconcelos denominó la Raza Cósmica.
Pero
no se puede ignorar que esta raza ideal se forma a gran costo de los
pueblos indígenas Americanas (y de la gente africana traídos aquí como
esclavos). Desde 2002, en Venezuela se le llama a la fiesta Día de la
Resistencia Indígena.
Sea como sea, por cualquier nombre que le
demos, de cualquier modo que la cortemos, es la misma torta — la
fecha conmemora la llegada de los Europeos a América (que para ellos
era un “nuevo mundo”), no una visita sino una invasión, un genocidio,
subyugación de las gentes de ese “nuevo mundo” que hoy conocemos por
el nombre de un cartógrafo Europeo que apenas pisó el suelo sagrado de
los continentes que llevan su nombre. Lo que marca la fecha es una
continua colonización, explotación, abuso, ultraje de los pueblos
indígenas de las Américas que escasamente ha menguado, que ha
persistido estos quinientos años y más.
Bien
se le pudiera nombrar Día de la Globalización. A partir de ese día se
comprueba concreta y definitivamente que la Tierra verdaderamente es
redonda, una esfera, una bola, un globo. Y desde esa fecha se les
trata imponer forzosamente a las gentes indígenas del “nuevo mundo”
una cosmología, actitud bastante extraña hacia a la vida, hacia a la Tierra, hacia a la economía,
hacia a lo sagrado, hacia al ser humano mismo — una sola verdad
estrecha e intolerante, un desdén rapaz hacia la Tierra vista
solamente como un recurso para explotarse, un concepto del progreso
difícil de distinguir de la codicia y el hambre del poder.
La
causa de los indígenas clama por justicia: se les sigue robando sus
tierras y terrenos, se los destruyen por sus valiosas maderas y
minerales; sus creaciones agrícolas, tal como el maíz y la papa, que
han salvado del hambre a gran parte del mundo, se modifican al nivel
molecular y se controlan por corporaciones rapaces; sus medicinas
tradicionales se patentan por esas mismas corporaciones; el agua
sagrada misma se privatiza y se les roba; aun no se les respeta el
derecho a sus creencias y culturas. Aun poniendo al lado la justicia,
todos deberíamos aliarnos a las gentes indígenas de las Américas (y
del mundo entero) en su resistencia contra tal abuso porque lo que los
amenaza a ellas nos amenaza a todos en el mundo entero — y a la
Tierra misma. Tienen muchísimo que enseñarnos acerca de una relación
sana del hombre con la Tierra.
En una Tierra, mucho más chica y
frágil de lo que imaginábamos, nos encontramos en plena globalización
y pugna contra la imposición de un capitalismo desenfrenado y del
fascismo, su lógica extensión, que lo acompaña. Sigue la resistencia
indígena que jamás ha cesado durante estos cinco siglos y algo a pesar
de una represión brutal y ahora todos nosotros de la raza cósmica de
mera necesidad debemos aliarnos a su lucha, pues esa lucha es nuestra
de todos si hemos de sobrevivir en la Tierra, bendita madre de nuestra
estirpe, la estirpe de la raza humana — y de toda nuestra parentela
los otros animales, las plantas, los minerales. En la Tierra redonda y
sin costura son ficticias las fronteras y lo que amenaza a unos nos
amenaza a todos. Pensar al contrario no es solamente inmoral sino
locura.
Berkeley, California, 12 de octubre 2007
© Rafael Jesús González 2015
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-October
12 is a feast-day known in various regions and times by many names:
Columbus Day, Discovery Day, Hispanic Culture Day, Day of the Americas,
Day of the Race, Day of the Indigenous Peoples.
In Mexico in 1928 at the insistence of the philosopher José Vasconcelos,
then Minister of Education, it was named Día de la Raza (Day of the
Race), denomination of the Iberian-American Union in 1913 to declare a
new identity formed by the encounter of the Spaniards with the native
peoples of the Americas. In 1902, the Mexican poet Amado Nervo had written a poem in honor of the President Benito Juárez (a Zapoteca Indian), which he read in the House of Representatives, titled La Raza de Bronce
(Race of Bronze) praising the indigenous race, title which later in
1919 the Bolivian author Alcides Arquedas would give his book. Bronze
(noble metal amalgamated of various metals) came to be metaphor for mestizaje
(the mixing of the races.) According to the thinking of Vasconcelos, a
Cosmic Race, the race of the future, is the noble race that is formed
in the Americas since October 12, 1492, the race of mestizaje,
an amalgam of the indigenous races of the Americas, the Europeans,
the Africans, the Asians, the world — in a word, the human race made
of a mixture of all the races which Vasconcelos called the Cosmic
Race.
But
that this race is formed at great cost to the indigenous American
peoples (and to the African peoples brought here as slaves) cannot be
ignored. Since 2002, in Venezuela the feast-day is called Día de la
Resistencia Indígena (Day of Indigenous Resistance.)
Be
that as it may, by whatever name we give it, however way we cut it,
it is the same cake — the date commemorates the arrival of the
Europeans to America (which for them was a “new world”), not a visit
but an invasion, a genocide, a subjugation of the peoples of that “new
world” which we know today by the name of a European cartographer who
scarcely set foot on the sacred ground of the continents that bear
his name. What the date marks is a continuous colonization,
exploitation, abuse, outrage of the indigenous peoples of the Americas
that has scarcely lessened, that has persisted these five-hundred and
some years.
It
could well be called Day of Globalization. Since that date, the Earth
is concretely, definitively proven to be truly round, a sphere, a
ball, a globe. And from that date is imposed by force upon the
indigenous American peoples a quite strange
cosmology, attitude toward life, toward the Earth, toward economics,
toward the sacred, toward the human being him/herself — a single truth
narrow and intolerant, a rapacious disdain toward the Earth seen only
as a resource to be exploited, a concept of progress difficult to
distinguish from greed and the lust for power.
The
cause of the indigenous peoples screams for justice: their lands,
their fields continue to be stolen from them, destroyed for their
valuable woods and minerals; their agricultural creations, such as
maize and the potato, which have saved a great part of the world from
famine, are modified at the molecular level and controlled by
rapacious corporations; their traditional medicines are patented by
those same corporations; sacred water is privatized and stolen from
them; even their right to their own beliefs and cultures is not
respected. Even putting justice aside, we should all ally ourselves
with the indigenous peoples of the Americas (and of the entire world)
in their resistance against such abuse because what threatens them
threatens us all throughout the whole world — and the Earth itself.
They have a very much to teach us about a healthy relationship of
humankind with the Earth.
In
an Earth much smaller and more fragile than we imagined, we find
ourselves in full globalization and struggle against the imposition of
an unbridled capitalism and the fascism, its logical extension, that
accompanies it. The indigenous resistance that has never ceased these
five centuries and some continues in spite of a brutal repression and
now all of us of the cosmic race, of pure necessity, must align
ourselves with their struggle, for that struggle is ours if we are to
survive on the Earth, holy mother of our race, the human race — and of
all our relations, the other animals, the plants, the minerals. On the
round, seamless Earth all borders are fictitious and what threatens
one threatens all. To think otherwise is not only immoral but insane.
Berkeley, California, October 12, 2007
© Rafael Jesús González 2015
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