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Fifty years ago this summer there came to San Francisco Bay
hordes of young people from across the nation to celebrate what was called a
Summer of Love. A saccharine popular song of the time exhorted them to come
wearing flowers in their hair, and thus many of them came, the flower children.
It was a pilgrimage of sorts of the "hippie movement", or more
accurately, the Counter-Culture, to the mecca in California where social
boundaries and strictures had long been tested, transgressed, blurred.
It was in fact the Hippie Revolution against the dominant
puritanical culture of the U.S.A. that idealizes work and distrusts pure
pleasure and joy, equates happiness with wealth, and values the Earth only as a
resource to be exploited, as it does the worker who makes the raw resources useable.
Racism colors its vision and taints its institutions.
The Counter-Culture put to the test the dominant culture's
premises and prejudices. Gender boundaries were blurred: men wore their hair
long. Eschewing to wear nooses, silk or otherwise, around their necks, choking
the throat chakra, they wore strings of beads and jewel necklaces instead. They
wore sensuous materials, velvets, suede, and such, worn denims patched
colorfully with scraps of embroidered cloth, vividly tie-dyed T-shirts, sandals
on their feet. The women cast away their bras and girdles, wore mini-skirts or
long flowing dresses, and thought little of baring their breasts as the spirit
moved them.
Many of these youth embraced free love, exploring sexual
expression: open relationships, polyamory, and experimenting with sexual and gender
variance.
Consciousness and joy was paramount and they experimented
with hallucinogens and psychotropic substances (cannabis, LSD, 'ecstasy', and at
times more dangerous drugs) to open alternative doors to perception more often
than not in spiritual quest. And they gathered to dance with abandon to the
Dionysian music of bands with such names as Jefferson Airplane, The Mamas &
The Papas, The Who, The Doors, The Grateful Dead.
Where they ventured, the arts flourished, in all media, fine
art and crafts of every sort, colorful, joyous, widespread, and mind-bending:
music, dance, painting, sculpture, ceramics, weaving, embroidery, costume.
They knew that the love and joy, the freedom they sought were inseparable
from social justice, inclusiveness, and a whole Earth. They organized and attended
benefit concerts for civil and workers' rights, swelled the crowds in the streets
to protest the cruel, unjust and unjustifiable war on Viet-Nam and took direct
actions of civil disobedience blocking the entrances of military recruiting
offices, and of the administration offices of universities demanding that
ethnic and women studies be offered. They were eager for political and social
change.
They meshed the sacred and the profane; religion and
politics dove-tailed in a theology of liberation. Language changed and little would
be the same again.
That Summer of Love reverberated throughout the entire
culture and scandalized and riled up what Pres. Nixon would call the
"silent majority," the main-stream conservative populace which found
its voice in California's Republican governor Ronald Reagan, "The Great
Communicator," who two years after the Summer of Love, to quell student
protests, would militarily occupy the City of Berkeley, tear-gassing and
beating its citizens, blinding one, and killing another.
The silent majority, no longer silent, later made Reagan
president of the nation bringing about an increasingly fascistic government
until now, fifty years after the Summer of Love, we live a summer of cruelty
and hate under a pathological liar, an abysmally ignorant president known for,
among other much less endearing things, his orange face, his yellow hair, and
his ruddy neck. He is backed by a Senate led by the grim-lipped and a House led
by the zombie-eyed, while the Supreme Court has ruled that money (because it
talks) is a form of speech.
But the Counter Culture did not fade away; it just went
underground. In the last presidential elections it resurfaced, more matured and
greatly increased by a new generation, and surged under the leadership of one
of our own, Senator Bernie Sanders who has throughout been steadfast in the
pursuit of justice and peace and wellbeing of the Earth.
The history of the U.S. of empire, its economics, and its
relationship to the Earth and its peoples has so compromised the wellbeing of
the Earth that we risk our own extinction if we allow things to continue as
such. Nothing short of a revolution is called for, a revolution of
consciousness, a revolution of love, a fierce love, a revolution undertaken
with joy. Our resistance to the fascism that looms over us grows, and not content
with just one summer, we will not rest until we bring in a millennium of
healing and love and joy. A little bird told us so.
© Rafael Jesús
González 2017
Berkeley, California
Hace
cincuenta años este verano vinieron a la Bahía de San Francisco una multitud de
jóvenes de todo el país para celebrar lo que se le llamó el Verano de amor. Una
canción popular sacarina les exhortaba que vinieran con flores en el cabello y
muchos de ellos así llegaron, los nin@s de las flores. Fue un tipo de
peregrinaje del "movimiento jipi" o mejor dicho la Contracultura a la
meca en California donde las fronteras sociales ya hacía tiempo se habían
puesto a prueba, infringido, borrado.
Era de
hecho la Revolución jipi contra la cultura dominante puritana de los EE.UU. que
idealiza el trabajo y desconfía del puro placer y goce, considera equivalentes
la dicha y la riqueza y valoriza la Tierra sólo como recurso para ser explotado
como lo hace con el trabajador(a) que hace usable los recursos crudos. El
racismo colorea su visión y contamina sus instituciones.
La Contracultura
ponía a prueba toda premisa y prejuicio de la cultura dominante. Se borraban
los límites del género: los hombres llevaban el pelo largo. Evitando nudos, de
seda o no, en el pescuezo estrangulando el chakra de la garganta, llevaban
collares de cuentas y joyas en vez. Llevaban materiales sensuales, terciopelo,
gamuza y tales, mezclillas gastadas con parches coloridos de trapos bordados, playeras
teñidas de colores, sandalias en los pies. Las mujeres se quitaban los brasieres
y fajas, llevaban mini-faldas o vestidos largos ondulantes y poco pensaban en
descubrirse los senos cuando ganas les daba.
Much@s
de est@s jóvenes abrazaban el amor libre explorando la expresión sexual:
relaciones abiertas, poliamor, y experimentaban con variantes de sexo y género.
La Consciencia
y el júbilo eran supremos y experimentaban con alucinógenos y sustancias
psicotrópicas (marihuana, LSD, 'éxtasis' y a veces drogas más peligrosas) para
abrir puertas alternativas a la percepción más a menudo que no en búsqueda
espiritual. Y se juntaban a bailar con abandono a la música dionisiaca de
grupos con nombres tales como Jefferson Airplane, The Mamas & The Papas,
The Who, The Doors, The Grateful Dead.
Donde
iban florecían las artes en todo medio, arte fino y artesanía de todo tipo,
colorido, alegre, extenso e increíble: música, baile, escultura, cerámica,
tejido, bordado, atuendo.
Sabían
que el amor y goce, la libertad que buscaban eran inseparables de la justicia social, de la inclusión
y de una Tierra sana. Organizaban y asistían a conciertos en beneficio de los
derechos civiles y del trabajador, hacían crecer las muchedumbres en las calles
en protesta de la guerra cruel, injusta e injustificable en Viet-Nam y tomaban
acción directa de desobediencia civil bloqueando las entradas de las oficinas
de reclutamiento militar y de las oficinas de la administración de las
universidades exigiendo que se instituyeran estudios étnicos y femeninos. Anhelaban
cambio político y social.
Mezclaban
lo sagrado y lo profano; la religión y la política se encajaban en una teología
de liberación. Cambió el lenguaje y poco sería lo mismo jamás.
Ese
Verano de amor retumbó por la cultura entera y escandalizó y encabronó lo que
el Presidente Nixon llamaría "la mayoría silenciosa," la población
conservadora prevaleciente que encontró voz en el gobernador de California
republicano Ronald Reagan, "el Gran Comunicador," que dos años
después del Verano de amor para reprimir las protestas de los estudiantes ocupó
militarmente la Ciudad de Berkeley regando de gas lacrimógeno y apaleando sus
ciudadanos, cegando a uno y matando a otro.
La
mayoría silenciosa ya no silenciosa más tarde hizo a Reagan presidente del país
produciendo un gobierno cada vez más fascista hasta que ahora, cincuenta años
después del Verano de amor, vivimos un verano de crueldad y odio bajo un
presidente embustero patológico y abismalmente ignorante conocido, entre otras
cosas mucho menos entrañables, por su cara anaranjada, su pelo amarillo y su
pescuezo rojizo. Lo respaldan un Senado encabezado por los de labios disformes
y una Cámara de diputados encabezada por los de ojos de zombi, mientras que la
Corte Suprema ha decidido que el dinero (porque habla) es una forma de
expresión.
Pero la
Contracultura no se desvaneció; solamente se fue bajo tierra. En las última elecciones
presidenciales volvió a emerger más madura y mucho aumentada por una nueva
generación y surgió bajo el liderazgo de uno de los nuestros, el Senador Bernie
Sanders que ha por todo sido fiel en busca de la justicia y la paz y el
bienestar de la Tierra.
La
historia el los EE.UU. de imperio, su economía y su relación a la Tierra y sus
gentes ha tanto comprometido el bienestar de la Tierra que arriesgamos nuestra
propia extinción si permitimos que sigan así las cosas. Nada menos que una
revolución se requiere, una revolución de consciencia, una revolución de amor,
un amor feroz, una revolución emprendida con alegría.
Nuestra
resistencia al fascismo que nos amenaza crece y no contentos con solamente un
verano no descansaremos hasta que hagamos entrar un milenio de sanación y amor
y goce. Nos lo dijo un pajarito.
© Rafael Jesús González 2017
Berkeley, California