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¡Cómo odié Patmos! ¡Al demonio con Domiciano! Esas noches interminables y solitarias, especialmente cuando de luna llena, despertando de repente con todas esas voces farfullando dentro la cabeza — ¡Escribe esto! —. Si se dijera la verdad, yo siempre tuve esa disposición para visiones extravagantes, el balbuceo de voces y de profecía y de disparatar acerca las maldades de Babilonia cuando a lo que me refería era Roma. No engañé a nadie y ni mucho menos al emperador.
Y todos esos números, siempre precisos, parte de mi obsesión. Especialmente siete por alguna razón: siete candelabros de oro, siete luceros, siete lámparas, siete sellos, un cordero espantoso con siete cuernos y siete ojos, siete ángeles con siete trompetas, siete truenos, un dragón rojo con siete cabezas montado por una puta enjoyada, siete casuelas de oro llenas de ira, siete reyes y siete plagas, siete montañas, y no sé que todo.
Y cuatro; cuatro criaturas con ojos por dondequiera y muchas alas, cuatro ángeles, cuatro vientos, cuatro jinetes causando desolación y cuatro de esto y cuatro de aquello. Y múltiples de ello: una mujer coronada de doce estrellas, doce puertas con doce ángeles, doce frutos del Árbol de la vida. Y esos veinticuatro viejos vestidos de blanco brincando arriba y abajo con su cantar, sus arpas, sus “Aleluyas” y “amenes” y haciendo barullo a cada oportunidad.
O, ciertamente se incluyeron todos los números, algunos bastante grandes tal como los 144,000 de las tribus de Israel que fueron salvados y las 200 millones de tropas llegando de quien sabe donde. Todos esos números de objetos, de criaturas, de gente, días, meses, años. Quien sabe de donde vinieron, esta obsesión mía de contar. ¿Culparé a mi estricto viejo tutor de matemática?
Se dice en el viejo libro que temamos y amemos a Dios y en efecto creo que le temía más de que le amaba. Sin duda en mis visiones, mis alucinaciones, él sentado sobre el arco iris, la Tierra su banqueta, flores saliéndole de un lado de la boca y espadas del otro era mucho más colérico que amable. Y aunque el ángel me aseguraba, no puedo pensar mas que dudaba yo que fuera entre los salvos.
Poco a poco, con la edad, dejé mis alucinaciones, las voces gradualmente menguando, haciéndose tenues y el terror disminuyendo. Empecé a ver la belleza de Patmos, sus amaneceres rosados, sus días tranquilos, sus puestas de sol sobre el mar, sus noches de luna llena perfumadas y tibias. Y la compañía ha sido buena; mis compañeros exiliados aquí tienden a ser instruidos y amistosos. Los años me han traído la paz, el Señor ha crecido en dulzura y ahora creo que le amo más de que le temo.
Pero se ha hecho el daño. Lo escribí como lo saben, como insistían las voces. Esas siete iglesias lo tomaron todo a pecho y divulgaron la palabra — y el temor. Me he enterado que algunos dicen que soy el mismo Juan Evangelista, el amado de Jesús, algunos me llaman “el Divino” y algunos aun nombran un sitio fijo para Armagedón, dando fecha específica para el Apocalipsis, el Rapto, La segunda llegada, el Fin.
Temo pensar a donde todo esto lleve. Hay tantas almas temerosas dispuestas a vestir su terror en el atuendo de la fe, aplacarlo con la penitencia, la mortificación — no, aun la persecución. Fue mala ilusión todos esos horrores, esa sangre — y la es aun con todos esos tratando de encontrarle sentido a mis disparates, mi locura.
Pero me encuentro contento y he encontrado mi paz y las voces se han hecho quietas, se han pacificado. Temo que lo que ahora escribo no es tan emocionante y será ignorado, descreído, suprimido. Como son las cosas en el mundo hay más que hacerse del temor que del goce. A las palabras de Jesús no se les hace caso y temo que mis delirios ahora lleven más peso que sus enseñanzas. Tal es el mundo; hay tantas revelaciones.
© Rafael Jesús González 2023
A sturgeon supermoon will light up the sky tonight, creating a luminous spectacle for millions around the world. This type of lunar phenomenon occurs when the moon nears its closest point to Earth while appearing full — and it only happens three to four times per year. It may cause extravagant illusions.
How I hated Patmos! Damn Domitian! Those endless, lonely nights, especially of the full moon, waking suddenly with all those voices jabbering in my head, “write this!” If truth be told, I always had that propensity for extravagant visions, the babble of voices and prophesying and ranting on about the evils of Babylon when I meant Rome. It didn't fool anyone, much less the Emperor.
And all those numbers, always precise, part of my obsession. Especially seven for some reason: seven gold candlesticks, seven stars, seven lamps, seven seals, a weird lamb with seven horns and seven eyes, seven angels with seven trumpets, seven thunders, a red dragon with seven heads ridden by a bejeweled whore, seven golden bowls full of wrath, seven kings and seven plagues, seven mountains, and I know not what.
And four: four creatures with eyes all over and many wings, four angels, four winds, four horsemen wreaking havoc, and four this and four that. And multiples thereof: a woman crowned with twelve stars, twelve gates with twelve angels, twelve fruits on the Tree of Life. And those twenty-four old guys in white jumping up and down with their singing, their harps, their “Hallelujahs,” and “amens” and carrying on every chance they got.
Oh, all the numbers were included to be sure, some pretty large, like the 144,000 of the tribes of Israel who were redeemed and the 200 million troops coming from who knows where. All those numbers of objects, of creatures, of people, days, months, years. Who knows where they came from, this obsession of mine for counting. Should I blame my strict old tutor in mathematics?
It said in the old book to fear and love God, and indeed I think that I feared him perhaps more than I loved him. Certainly in my visions, my hallucinations, he sitting on the rainbow, the Earth his footstool, flowers coming out from one side of his mouth and swords from the other, he was far more wrathful than kind. And though the angel assured me, I cannot but think that I doubted I was among the saved.
Gradually, with age, I grew out of my hallucinations, the voices gradually fading, becoming dim, and the terror abating. I began to see the beauty of Patmos, its rosy dawns, its tranquil days, its sunsets over the sea, its nights of the full moon perfumed and warm. And the company has been good; my fellow exiles here tend to be learned and congenial. The years have brought peace, the Lord has grown in sweetness, and I now believe that I love him more than I fear him.
But the harm has been done. I wrote it all down, as you know, as the voices insisted. Those seven churches took it all to heart and spread the word — and fear. I've heard that some are saying that I am the same John the Apostle, beloved of Jesus, calling me “The Divine,” and some are even naming a fixed site for Armageddon, giving a specific date for the Apocalypse, the Rapture, The Second Coming, the End.
I dread to think where all this will lead. So many fearful souls willing to clothe their dread in the garb of faith, allay it with penance and mortification – nay, even persecution. It was a bad trip all those horrors, that blood — and is still, what with all those trying to make sense out of my nonsense, my lunacy.
But I find myself content and have found my peace and the voices have grown quiet, pacified. I am afraid that what I write now is not as exciting and will be ignored, disbelieved, suppressed. As things stand in the world, there is more to be made from fear than there is from joy. The words of Jesus are not heeded and I fear that my rantings may now carry more weight than his teachings. Such is the world; there are so many revelations.
© Rafael Jesús González 2023
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